domingo, 4 de septiembre de 2011

El dolor como aliado

La conciencia corporal se nos olvida. Tan acostumbrados estamos a ocupar la carne, los fluídos y los huesos que no nos parece nada del otro mundo. Entonces llega la tragedia: nos amputan un brazo, se te inmoviliza la mitad del rostro, se te entierra la uña, te muerdes la lengua o en mi caso, pierdes 5 centímetros de hueso de la pierna y la movilidad del pie. Sin querer martirizarme lo digo: todo esto duele.  Tanto el placer como el dolor nos devuelven la conciencia del cuerpo, ambos son como hermanos, trabajan de manera muy parecida pero uno ha recibido muy mala propaganda.
Mi primera reacción hacia el dolor fue la acostumbrada, una mezcla de sufrimiento e ira. A veces duele tanto que te parece que no hay realidad más allá de esa sensación. Poco a poco, quizás debido a que el dolor no cesó luego de los 4 meses que el doctor dijo que duraría, me fui acostumbrando a mi situación. Cuando me preguntan si aún me duele y respondo que todos los días, muchos me preguntan cómo puedo vivir así. La mejor forma de explicarlo es decir que uno termina por conocer su dolor. Así como uno navega el placer que causa un orgasmo o el efecto de una droga, se puede racionalizar el dolor, darle una estructura, conocerlo. El primer paso es concentrarse en la sensación. Los ejercicios de respiración ayudan mucho a concentrarse y a quitarle el control al dolor: cuando algo duele gritas, te sofocas, te mueves. Nuestra primera reacción al dolor es el rechazo y el miedo, pero cuando esto se ha superado tenemos la oportunidad de pensar el dolor y cuando esto pasa, aprendes a entender el mensaje que te está dando y sabrás qué hacer para aliviarlo.

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